Personajes Alfonso Diez |
Tercera parte y última
Efectivamente, como usted, estimado lector, habrá supuesto, las dos
anteriores columnas trazan apenas un botón de muestra de lo que será un libro
cuyo tema central es el del encabezado de esas dos y esta última sobre el mismo
tema.
La historia se repite y de ella sacamos experiencias para no cometer los
mismos errores del pasado. Sin embargo, este supuesto lo repetimos cada vez que
caemos en un gran bache y a pesar de eso, hacemos otra vez lo que creíamos
desterrado.
Cada presidente de México, junto con su familia, ha dejado a la nación diversas experiencias; malas algunas, buenas otras, y en el caso que nos ocupa debemos preguntarnos: ¿Por qué un hombre que nos conmovió con su discurso de toma de posesión, al grado de que le ofrecimos cooperar con él con dinero en efectivo para que pagara la deuda externa, dio un cambio tan radical? Un hombre preparado, inteligente, que comenzó por violar normas
elementales del poder e incorporó a toda su familia al presupuesto federal con
tal cinismo que llamaba a su primogénito “el orgullo de mi nepotismo”.
Ese hombre que tenía dotes de magnífico orador y parecía tener gran
profundidad en el análisis, era un realidad frívolo y superficial. Sus
prioridades se reducían a la cama ardiente, que anteponía a los graves problemas
nacionales.
Buen pintor, reflejo de una inteligencia indudablemente aguda, pero con
talentos mal enfocados y/o limitados por la paranoia manifiesta.
El mayor Godínez recibía a la invitada en turno en el estacionamiento
subterráneo de Los Pinos. Ahí estaba la recámara secreta. Los integrantes del
Estado Mayor que lo protegían fueron testigos de innumerables aventuras.
¿Justificable? tal vez, pero infantil.
El hombre maduro se enamora de determinada mujer, es el amor objetal. El
narcisista es el don Juan, incapaz de enamorarse, sólo se quiere a sí mismo,
puede sostener muchos romances sin encontrar jamás a la que verdaderamente “lo
satisfaga”.
En realidad carga fuertes tendencias homosexuales, aunque parezca
increíble, de las que se protege con la paranoia. Es el caso.
¿Lo traicionaron sus amigos? No, al nombrarlos él sabía qué tipo de
administración iban a desarrollar. No podía decirse sorprendido del
comportamiento delincuencial, ignominioso de Arturo Durazo Moreno, su jefe de
la policía, amigo desde la infancia.
Tras el adelanto en la revista Proceso del libro de José González, Lo
Negro del Negro Durazo, en el que quedaron plasmadas por escrito las denuncias
por asesinatos, narcotráfico y corrupción en todos los niveles, Durazo Moreno
tramaba la venganza contra el director del semanario, Julio Scherer García,
pero se lo impedía el parentesco de éste con el presidente López Portillo, eran
primos.
Para “suavizar’ las cosas, el periodista Ángel Trinidad Ferreira los
invitó a su casa a comer y a tomar el whiskey. La plática profundizó los
enconos, los reclamos mutuos y Durazo se levantó de la mesa molesto para
retirarse. Trinidad hizo una señal a Scherer para que hiciera algo. Éste se
levantó y alcanzó al “general”… “Mi general, no se enoje…”, a lo que Durazo
respondió: “Usted me gusta para puto y me lo voy a coger”. Dice Julio Scherer
que él le contestó: “Si va a ser por la fuerza, seguramente usted me va a
coger, pero si es con inteligencia, yo me lo voy a coger a usted”. Y esto lo
aseguró por escrito el entonces director de Proceso.
No podemos evitar esbozar una sonrisa, porque los dos quedaron mal,
tanto el amigo de la infancia como el primo del presidente. Es como el cuento
aquél de los dos hombres que se pelean para ver quién es el activo y quién el pasivo;
quién el que penetra al otro, porque así demuestra que es más hombre. La
realidad es que los dos, el que penetra y el penetrado, caen en tal caso en una
relación de tipo homosexual. Ninguno es más hombre.
En el caso relatado, la conducta es manifiesta, pero en el ámbito
personal de José López Portillo hubo actitudes que caen irremediablemente en el
diván de análisis.
Tras el divorcio de Margarita López Portillo de su primer esposo, Félix
Galindo Diez, un día el
presidente, entonces secretario de Hacienda, vio a Félix caminando por la
Alameda y reaccionó con tal ira que ordenó al chofer detener el vehículo, se
bajó y golpeó con furia al ex esposo de su hermana.
El proceso judicial de divorcio había sido inobjetable. No quedó nada
escrito que pudiera desatar tal resentimiento. Ni siquiera ganó Félix. ¿Qué
necesidad había de la golpiza? Ninguna. Precisamente, este tipo de conductas
permiten al psicoanalista definir la personalidad más neurótica, casi sociópata
e indudablemente homosexualoide, paranoide, con indudables elementos de
temor-deseo, de agresión disparatada en busca de satisfacción.
Hasta su muerte, José López Portillo creyó que Félix Galindo Diez era
pariente del autor de estas líneas y creía, en consecuencia, que habría saña en
los comentarios sobre su persona, que nunca la hubo; pero explicaba, partiendo
de esa base, las investigaciones sobre su persona que aparecían publicadas.
Nunca supo que no sólo no éramos parientes, ni siquiera nos conocimos.
Nadie lo sacó de su error. Ahora, ya no hay forma de que lo sepa.
Desafortunadamente, el espacio limita al columnista. Los trazos acerca del personaje no pueden ni deben abarcar más espacio porque quedan fuera del análisis otros temas y otros personajes igual de trascendentes, pero queda la promesa de dejar la constancia escrita de los sucesos e investigaciones que por ahora, de manera breve, formaron parte de los tres últimos Personajes. Será en un libro que algún día no lejano verá la luz. Por lo pronto, gracias por su atención a solamente unos botones de muestra. |